lunes, 27 de octubre de 2008

Los Ritos Escatológicos del Capitán Bourke



Uno de los libros más extraños de la antropología decimonónica fue sin duda el Notes and Memoranda on Human Ordure and Human Urine Rites of Religious or Semi-Religous Character in Various Nations (1888), a veces simplemente aludido como Scatologic Rites of All Nations (Ritos escatológicos de todas las naciones) de JOHN G. BOURKE Capitán del Tercer Cuerpo (que no del cinematográfico Séptimo) de Cavallería de la United States Army e importante estudioso de los amerindios que se suponía debía exterminar…

Empezando por estudiar la danza de la orina de los Zunis de Nuevo Mexico (8-10), comparándola con la de los Beduinos y los Parsis, así como las de Apaches, Mojaves, Moquis, y Sioux, pormenoriza la absorción del dicho líquido así como la ingestión de excrementos caninos y humanos.

Explica la dieta excrementicia de varios indios de Florida, Texas y California. Cita luego una extraña modalidad de hospitalidad siberiana en la que las mujeres son ofrecidas a los extranjeros pero no para que se solacen vulgarmente como en Los dientes del diablo, sino para que beban su orina. En Africa, Mungo Park refería por su parte cómo la orina de las novias era alegremente esparcida entre los convidados a la boda. Una estilizada variante consistía en lograr miccionar a través de la alianza –costumbre que tal vez inspire a algun@ de nuestr@s contemporáne@s, ávidos de novedades bodísticas… Los Hotentotes por su parte, no se limitaban a salpicar orina sobre los himeneos, sino también sobre los guerreros y, para que no se sintieran sólos, los muertos.

Analiza luego Bourke aspectos escatológicos de las Fiestas de los Tontos en la Europa medieval, citando la aspersión de “aguita amarilla” (como en la célebre tonadilla de los Toreros Muertos) sobre los regocijados festejantes en Portugal y pasa luego, como quien no quiere la cosa, a los ritos psicotrópicos –en los que a menudo interviene la absorción de la droga a través de la orina del chamán.

Estudia la influencia de “la mierda de vaca y la orina de vaca en la religión” (no es broma!!), refiriendo especialmente su papel en los antiguos Israelitas (!!!) y los asirios (cuyos altares se llenaban, al parecer, de tordos votivos a Baal-Peor). Nos habla de Dioses excrementicios entre los egipcios y los romanos (así la poca conocida –al menos por nosotros- Cloacina). Cita también cómo los Sioux y los Assinniboines juran solemnemente sobre pedazos de boñigas de búfalo (resecas, eso sí).

Los excrementos también fueron empleados como curas medicinales, así en Paraná contra flechas envenenadas o en Irlanda para los niños con fiebre. Por extensión, se utilizaron para combatir el mal de ojo y todo lo brujeril: así las matronas romanas miccionaban sobre las estatuas de la diosa Berecinthia mientras los Hurones canadienses se rebozaban en mierda, según el Padre Le Jeune, para combatir malos espíritus.

Nuestro capitán nos habla luego del papel de la orina en las abluciones, especialmente en el tratado del cabello y la conservación de los dientes, precediendo nuestros golosíneos dentríficos… La belleza lograda “cum stercore humano” es de hecho un topos de la Chylologia clásica, citada tanto por Apuleyo, Catulo, Estrabón, Diodoro y sobre todo nuestro queridísimo (por su Extrañismo) Plinio (Historia Natural, libro XVIII, cap. V)

Con el Renacimiento “renace” también este lugar común estético-higiénico, “alimentando” una auténtica Biblioteca scatologica como bien señala Dominique Laporte en su frustrante –por lo breve y un tanto incoherente- Historia de la mierda (1978). Citemos, por el placer de la compilación de Títulos Extraños, el De Excrementis, el Dissertatio de expulsione et retentione excrementorum, la Dissertatio de medicina stercoraria (1700), la Chylologia historico-médica (1725) o la Dissertatio de alvina excretione ut signo (1756).

Paralelamente se iba afinando en las Cortes del absolutismo el arte del perfume (trasfondo del ingenioso best-seller de Süskind). El médico M. Geoffroy cita así el caso de una coqueta aristócrata que se lavaba con las deyecciones de “un joven mayordomo muy sano cuya función consistía en satisfacer las necesidades de la Naturaleza en una bacenilla de cobre, cerrada exactamente por una tapa. La cosa hecha, la bacenilla era al punto recubierta, por miedo a que se evarporara algo de su contenido, y cuando el joven juzgaba que todo estaba ya enfriado, recogía atentamente el agua que salía de ella, la metía en un frasco para que fuera conservada como un perfume precioso para el aseo de su ama. Dicha Dama no dejaba de lavarse cara y manos con ella todos los días y gracias a este fardo odorífero había encontrado el secreto de conservarse bella durante toda su vida” (Continuación de la Materia médica de M. Geoffroy, p. 474).

El insólito tratado de Bourke tuvo una posteridad insospechada al inspirar a dos de los más influyentes espíritus de la cultura finisecular, al James Frazer del Ramo de Oro y al mismísimo Sigmund Freud, autor de un célebre prefacio a la edición alemana. Gracias a ambos, los “ritos escatológicos de todas las naciones” están aún entre nosotros…

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