miércoles, 7 de mayo de 2008

El Caballero Verde


Entre todos los Libros Increíblemente Extraños de la materia artúrica tenemos especial cariño por el atípico Sir Gawain y el caballero verde, romance aliterativo en Inglés Medio (o sea, incomprensible) de finales del “desastroso siglo XIV” (pestes, guerras, hambrunas, brujas y demás).

Es fin de año en Camelot y la corte está poniéndose hasta el culo de papeo y de priba. Aparece un gigantesco Caballero Verde con un hacha enorme y, según la usanza artúrica, propone un jueguecito.

Alguien le cortará la cabeza con el hacha a condición de que él mismo, un año y un día después, haga lo propio a su vez con el verdugo…

Risas, algún que otro murmullo de acojone.

Gawain, sobrino de Arturo y el más joven de la corte acepta. De un certero golpe desmocha la cabeza del suicida Caballero.

A su gran sorpresa, y del resto de los comensales, el pretendido suicida, descabezado, se levanta tan ufano y recoge su miembro perdido como si tal cosa. Tras recordarle a Gawain que tienen una cita en la Capilla Verde el decapitado se esfuma en su corcel (la imagen del único manuscrito original, Cotton Nero A. X. está que se sale ella también).

Así como pasa el año Sir Gawain lo va flipando pero, como buen héroe, decide encaminarse a la dicha Capilla para tender a su vez el cuello.

En esto llega (¿cómo no?) a un extraño castillo cuyo propietario, un tal Bertilak de Hautdesert (los nombres artúricos no tienen nada que envidiar a los cómics de la Marvel), le propone otro pacto rarillo: irán de caza juntos con la condición de intercambiarse lo que hayan ganado.

Esa misma noche (de nuevo, ¿cómo no?), la Lady Bertilak se cuela en el catre de Gawain (eso era lo bueno que tenían las aventuras artúricas, después o antes de desmocharse uno tenía una buena sesión de sexo casual, a menudo adulterino) pero éste, muy casto (contrariamente a la imagen que de él dieron tantos otros cronistas), se limita a un beso.

Al día siguiente, Bertilak le da un ciervo y él el beso. Un día después, intercambio de un oso por dos besos. Al otro día, un zorro por tres besos. Y Gawain omite un pequeño detalle: se queda con un cinto que la Lady le ha brindado.

Tras todo este mamoneo, Gawain se va a la Capilla.

Allí le espera el Caballero Verde afilando ominosamente su hacha.

Gawain tiende el pescuezo.

El Caballero levanta el hacha y la descarga sobre el héroe, deteniéndola. Vuelve a hacerlo dos veces, la tercera dejándole una leve cicatriz en el cuello.

Como en nuestra querida saga infantil Scooby-Doo, el Caballero Verde revela que es en realidad Bertilak de Hautdesert y que toda esta historia de cabezas cortadas fue idea de la malévola Morgan Le Fay (una de las primeras y más efectivas femmes fatales de la literatura).

La cicatriz es por lo del cinto que había escondido (y no, sorprendentemente, por todo el besuqueo de su legítima).

Gawain vuelve algo perplejo a la Corte y Arturo, para el cual cualquier cosa es pretexto para correrse una buena farra, decreta que todo el mundo ha de llevar un lazo verde para rememorar esta aventura.

El texto, redescubierto y traducido por el mismísimo Tolkien, está repleto de referencias a antiguas tradiciones y mitos celtas, especialmente la historia del super-héroe irlandés Cúchulainn en la Fiesta de Bricriu donde ya aparece el jueguecito del decapitado decapitador.

El singular “test de seducción” (anticipo de la voga actual de programas televisivos a ello dedicados) tiene ecos, por su parte, de la historia de Pwyll y la mujer de Arawn (el jefazo de Annwn, el Otro Mundo), en el Mabinogion galés.

A ello se añaden, como era habitual, cantidad de simbolismos que podéis encontrar resumidos en el artículo inglés de Wikipedia.

Por cierto, si os atrevéis con el Inglés Medio o simplemente queréis gastarle una broma a alguien, podéis ir al poema directamente.

Y, por último, los que queráis saber (mucho) más al respecto y leáis el francés podéis remitiros a mi Décapitations y así darme una pequeña alegría.

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