viernes, 18 de abril de 2008

El ano del filósofo


Tan abscónditas si cabe como las elucubraciones teológicas resultan a menudo las filosóficas, otorgándonos otra fuente deleitosa de Libros Increíblemente Extraños.

La historia de las ideas filosóficas abunda en singulares aberraciones, no sólo extravíos momentáneos de la Razón sino parte integrante de su propio Devenir, como dirían los propios inculpados.

La arqueología de esas aberraciones resulta, a menudo, bastante más reveladora (y, ante todo, divertida) que la retahíla rutinaria de consabidos Sistemas canónicos (cartesianismo, espinozismo, kantismo, etc)

Para ilustrar este fructífero territorio comenzaremos con un extracto que a muchos sorprenderá, por hallarse en el célebre El Ser y la Nada de Jean-Paul Sartre, canónico donde los haya (tan citado, tememos, como poco leído).

Sin embargo a nosotros nos ha parecido suficientemente Extraño para figurar en nuestra galería.

Vosotros juzgaréis…

“Sólo para el prójimo el ano aparece como orificio [!]; no podría ser vivido como tal, pues ni siquiera los cuidados íntimos que la madre presta al niño podrían descubrírselo en ese aspecto: el ano, zona erógena, zona de dolor, no está provisto de terminaciones nerviosas táctiles. Al contrario, por medio del prójimo -por las palabras que la madre emplea para designar el cuerpo del niño- aprende éste que su ano es un agujero [!!]. Por lo tanto, la naturaleza objetiva del agujero percibido en el mundo iluminará para él la estructura objetiva y el sentido de la zona anal y dará un sentido trascendente a las sensaciones erógenas que el niño se limitaba hasta entonces a existir. En sí mismo el agujero es el símbolo de un modo de ser que el psicoanálisis existencial debe esclarecer. No podemos insistir en ello ahora. Sin embargo, inmediatamente vemos que el agujero se presenta originariamente como una nada «que he de llenar» con mi propia carne: el niño no puede abstenerse de poner su dedo o todo el brazo en un agujero [¿¿?? ¿Nos estará hablando del Fist?]. Este me presenta, pues, la imagen vacía de mí mismo; sólo tengo que meterme en él para hacerme existir en el mundo que me espera.

El ideal del agujero es, pues, la excavación que se moldeará cuidadosamente sobre mi carne, de manera que, ajustándome penosamente y adaptándome estrechamente a ella, contribuiré a hacer existir la plenitud de ser en el mundo. Así, tapar el agujero es originariamente hacer el sacrificio de mi cuerpo para que exista la plenitud de ser, es decir, sufrir la pasión del para-sí para moldear, hacer perfecta y salvar la totalidad del ensí. Captamos así, en su origen, una de las tendencias más fundamentales de la realidad humana: la tendencia a llenar. Encontraremos también esta tendencia en el adolescente y en el adulto: buena parte de nuestra vida se pasa tapando agujeros, llenando vacíos, realizando y fundando simbólicamente lo pleno. El niño reconoce, desde sus primeras experiencias, que él mismo tiene orificios. Cuando se pone el dedo en la boca, trata de tapar los agujeros de su cara, espera que el dedo se funda con los labios y el paladar y tape el orificio bucal, como se tapa con cemento la grieta de la pared. Busca la densidad, la plenitud uniforme y esférica del ser parmenídeo; y, sí se chupa el dedo, lo hace precisamente para diluirlo, para transformarlo en una pasta engomada que obture el agujero de su boca.

Esta tendencia es, ciertamente, una de las más fundamentales entre las que sirven de cimientos al acto de comer: la comida es el «cemento» que obturará la boca; comer es, entre otras cosas, taponarse. Sólo a partir de aquí podemos pasar a la sexualidad: la obscenidad de las partes sexuales femeninas es la de toda abertura: es un llamamiento de ser, como lo son, por otra parte, todos los agujeros [!!!]; en sí, la mujer llama a una carne extraña que debe transformarla en plenitud de ser por penetración y dilución. E, inversamente, la mujer siente su condición como una llamada, precisamente porque está «agujereada» […]

Puedo gustar de los contactos viscosos, tener pavor a los agujeros; etc. Esto no significa que lo viscoso, lo grasoso, el agujero, etc., hayan perdido para mí su significación ontológica general, sino que, al contrario, a causa de esa significación me determino de tal o cual manera con respecto a esas cosas. Si lo viscoso es el símbolo de un ser en que el para-sí es absorbido por el en-sí, ¿qué soy entonces yo, a quien, al contrario de los demás, le gusta lo viscoso?”

No lo sé, Jean-Paul…

¿Qué tal aquella célebre frase final de Wilder: Nadie es perfecto?

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